La nueva vieja derecha

Por Teodoro Boot
para revista Zoom
Publicado el 13 de octubre de 2017

Un fantasmal equívoco recorre Argentina: el equívoco de la nueva derecha, la derecha moderna y democrática, el partido del 'neoliberalismo'”.

¡Que gente que sabe cosas 
la gente de este albardón!
¡Que gente que sabe cosas
pero cosas que no son!
Leonardo Castellani


Un fantasmal equívoco recorre Argentina: el equívoco de la nueva derecha, la derecha moderna y democrática, el partido del “neoliberalismo”. Pero a poco que se escarba, se advierte fácilmente que el revestimiento es de cartón pintado y lo que cubre es viejo, hasta demasiado viejo para parecer real.

Una mayoría ficticia

Cientistas sociales, analistas, literatos, periodistas, cómicos, publicistas, filósofos y pseudofilósofos gestaron sesudos estudios y dieron a luz unos cuantos vaticinios, seducidos por lo que creen un rasgo notable de esta “nueva derecha”: haber alcanzado el gobierno por medio de un número suficiente de votos.

Este es el origen de un primigenio, importante y muy longevo equívoco, el de confundir comicios con democracia. Como el tema daría para rato, zanjémoslo provisoriamente diciendo que se trata de dos asuntos tan diferentes y relacionados entre sí como una pelota de fútbol y el banderín solferino del lineman: vale decir, si bien suelen entenderse juntos, uno no es sinónimo, ni siquiera condición, del otro.

Tampoco vamos a poner en duda esta circunstancia, que no sólo provoca ese primer equívoco sino que deslumbra a más de algún impresionable: si a menos de dos horas de iniciado un escrutinio provisorio los interesados directos se apresuraron a reconocer su derrota, no seremos nosotros quienes pongamos en duda el resultado de la segunda vuelta presidencial del año 2015.
“Es cierto que en esta oportunidad esa “derecha” –“nueva”, “moderna” o democrática”– no necesitó de golpe de Estado o proscripción, aunque sí necesita –y lo seguirá necesitando en forma cada vez más creciente– del contubernio”
De todos modos, es necesario precaverse: 700 mil votos (que se reducen a 350 mil personas que pudieron haber hecho una opción diferente) no significan una mayoría aplastante ni dan pie a pensar en ninguna hegemonía, término cuyo uso y abuso dio origen en los últimos años a equívocos aun más fantásticos que el de la “nueva derecha”. Bien mirados, esos 700 mil votos de diferencia en una segunda vuelta no implican de ningún modo una mayoría sino tan sólo un número suficiente para permitir un cambio de manos de la administración.

Es cierto que en esta oportunidad esa “derecha” –“nueva”, “moderna” o democrática”– no necesitó de golpe de Estado o proscripción, aunque sí necesita –y lo seguirá necesitando en forma cada vez más creciente– del contubernio, término que significa coyunda o acuerdo inmoral, popularizado en la esfera política por el concejal Joaquín Coca para aludir a la espuria alianza de gran parte del socialismo, el radicalismo antipersonalista y el partido conservador para primero desgastar, luego derrotar y finalmente proscribir al yrigoyenismo.

Ese contubernio permitió y santificó el sistema político, económico y delictivo que se prolongó –siempre elecciones mediante– desde la asunción de Agustín P. Justo el 20 de febrero de 1932 hasta el golpe militar del 3 de junio de 1943. Aquella “derecha” que ponía en marcha Justo también era “moderna” y, a su manera, “democrática”.

Transformación y decadencia

“Todo a mi alrededor es transformación y decadencia”, canturreaba el personaje de la novela Scoop, de Evelyn Waugh, mientras regaba los geranios en su derruido castillo de Escocia.

Como en la comedia de Waugh, de buscarse un antecedente directo a los fundamentos y al “proyecto” de este intento de restauración oligárquica señalado como “nueva derecha”, sería erróneo remontarse a dos duplas más famosas que Bochini-Bertoni: la de Menem-Cavallo en los 90 o la integrada por Jorge Rafael Videla-José Alfredo Martínez de Hoz: la moderna derecha atrasa aun más y si bien sus prejuicios y recetas económicas parecen inspiradas en el informe Prebisch de 1955, resulta más antinacional y antipopular, no en el discurso pero sí en las efectividades conducentes, que la Revolución Libertadora, en la que convivían en su propio pero muy inestable contubernio, fuerzas políticas e intereses y proyectos económicos lo bastante contradictorios.

Podría, acaso, buscarse el antecedente inmediato al novedoso régimen de Cambiemos en la Década Infame inaugurada por Justo, de no ser por la enorme distancia que separa al viejo Federico Pinedo de Nicolás Dujovne o a Raúl Prebisch de Freddy Sturzzeneger. Casi equivalente, en su desmesura, a la que dista de Natalio Botana a Jorge Lanata, Ramón Falcón a Patricia Bullrich; Jorge Luis Borges a Fernández Díaz o de Beatriz Guido a Fernando Iglesias.

Nombra a tu enemigo y te diré quién eres

La naturaleza de los enemigos que se identifican y eligen dice mucho más de la naturaleza de una fuerza política que los propósitos que declama. Es así que define más el grado de “modernidad” de Cambiemos la identificación de anarquistas, indios y derechos laborales como los grandes males de la época, que las técnicas y doctrinas de manipulación pergeñadas por Jaime Durán Barba. Cambiemos es en realidad eso, una remake con efectos especiales de la vieja oligarquía consolidada tras la defección del roquismo, aunque sin las contradicciones derivadas del tibio intento industrializador de Pellegrini y los hermanos Hernández: el actual proyecto “modernizador”, centralista, colonial y extractivista, fundado en el endeudamiento externo, las bicisendas, la concentración monopólica y latifundista, a caballo entre los intereses del capital financiero y los de los exportadores de materias primas, nos retrotraen a la ideología, problemática, conflictos y “soluciones” del período de Bernardino Rivadavia. Así de novedosa y moderna es esta nueva y moderna derecha democrática.
“La naturaleza de los enemigos que se identifican y eligen dice mucho más de la naturaleza de una fuerza política que los propósitos que declama”
La alucinación de opinólogos, cientistas sociales, periodistas y aun dirigentes y militantes políticos, gremiales y “sociales” está cimentada en el ingenuo deslumbramiento provocado por la “innovación comunicacional” y las nuevas técnicas de “manipulación informativa”, siendo de una obviedad casi elemental que la creación de nuevos instrumentos siempre ha de permitir y alentar el desarrollo de nuevas técnicas, ya sea en el campo de la comunicación como en el de la cirugía de tórax, la bioquímica o el sistema de transporte. La técnica de la copia manuscrita será diferente a la de la imprenta de tipos móviles, el periódico distinto al libro, la radiofonía lo será de la televisión, los medios electrónicos y la comunicación segmentada, instantánea y a distancia.

No vamos a derrapar aquí en sentido contrario, afirmando que “nada nuevo hay bajo el sol”; por el contrario, cada instrumento requiere de su técnica y a cada técnica debe corresponderse un nuevo lenguaje, pero sin exagerar ni dar por el pito más de lo que el pito vale. La modernidad del país actual evoca el mundo alucinado del film Brazil, de Terry Gilliam, una amarga farsa en tono de ciencia ficción acerca de un lejano futuro imaginado a principios del siglo XX, en el que las computadoras son maquinarias monstruosas que se comunican por medio de tupos neumáticos y son accionadas mediante teclados de máquinas de escribir Underwood de 1915.

“La fuerza de las cosas”

¿Marcha esta restauración oligárquica en similar dirección en que parece marchar el mundo? A primera vista se diría que sí: la creciente concentración del capital financiero, la instauración de un capitalismo fantasmático y casi demencial en el que la riqueza no surge de la producción y ni siquiera del capital, sino de la especulación, la omnipotente manipulación y uniformidad ideológica, cultural e informativa, la creciente fragmentación de las sociedades y las naciones, la desigualdad social, la progresiva exclusión de las mayorías, la consolidación de la pobreza y la marginalidad “estructurales”, van en la misma línea y abrevan en el mismo sistema común que Cambiemos quiere imponer en la sociedad argentina.

Es aquí donde la potencia y omnipresencia del discurso junto a la esencial deficiencia del análisis político y/o filosófico con pretensiones de objetividad, dan origen a uno de los mayores y más nocivos equívocos. Un equívoco que ya no es sólo el de la percepción de esta remake oligárquica como ensueño de una neo derecha democrática, de los carriles exclusivos para colectivos como “metrobuses”, de los efectos especiales como “nuevo discurso”: se completa con un estilo de análisis objetivo que no es más que la adopción como propio de un “sentido común” ajeno.

El análisis “objetivo” en el sentido de “ecuánime”, que pondera causas, estima circunstancias, evalúa influencias y prevé consecuencias, es básicamente erróneo, no por su pretensión de objetividad y ausencia de pasión, sino por prescindir de dos de los factores de mayor incidencia en la historia: el azar, la siempre sorpresiva irrupción de los imponderables, y la voluntad, vale decir, el modo en que la acción humana resulta capaz de torcer, en uno u otro sentido, la supuestamente inalterable dirección de las cosas.
“A partir de los primeros éxitos y avances en la gestión de Néstor Kirchner fue crecientemente teniendo lugar, hasta llegar al paroxismo de los últimos tiempos, el surgimiento de un discurso psicótico, siniestra combinación de certidumbre con eslogan propagandístico”
¿Cuántos de los análisis objetivos realizados a lo largo de casi dos años pudieron contemplar la eventualidad de un acto tan irracional, injustificado y a mediano plazo eventualmente fatal para Cambiemos, como el secuestro y desaparición –y, para colmo, su posterior encubrimiento– de Santiago Maldonado? ¿Es acaso posible prever el ulterior resultado de la campaña de tergiversación y engaño que, con la activa y entusiasta colaboración ya no de los abstractos “medios” sino de periodistas con nombre y apellido, lleva a cabo el gobierno, seguro de su utilidad inmediata y electoral? ¿Es que acaso las cosas ocurren en forma independiente, prescindente de lo que los seres humanos hagamos en un sentido u otro?

Muchos parecen creerlo, señal del nivel de penetración del discurso oligárquico. Pero cabe preguntarse si ese nivel de penetración, semejante eficacia, es fruto de un alto grado de sofisticación o si acaso no será que ha encontrado un terreno fértil en que prosperar.

Quienes no por inteligencia sino por experiencia, por llevar en el lomo más mataduras que mancarrón viejo, somos remisos a dar la vuelta olímpica a los cinco minutos de empezado el partido, sospechamos que el éxito de ese discurso radica menos en las virtudes del emisor que en las debilidades del receptor.

Razones de una debilidad

El 55% de los argentinos tiene menos de 30 años: nacidos después de 1987, los más viejos tenían 14 años en el momento de la colapso de 2001 y apenas 17 a inicios de la era kirchnerista. De tomarse en cuenta que el 40% del total de habitantes nació con posterioridad a 1993, esos dos hitos encontraron a estos jóvenes prácticamente en la niñez: siempre considerando a los más viejos, tenían 8 años en 2001 y apenas 10 en 2003.

Sin entrar en mayores precisiones, puede decirse que para más de la mitad de los argentinos la vida resultó una fiesta, al menos de comparársela con las de ciudadanos de mayor edad y aun con lo que, a primera vista, podría deparar el futuro.

Es de ese segmento juvenil del que preponderantemente se nutre el activismo político de la izquierda y el kirchnerismo y resulta razonable su sorpresa, el estupor con que asiste a una remake oligárquica que no se priva de nada, ni siquiera de la reaparición de estilos de pensamiento y de prejuicios más propios de la Liga Patriótica y la Legión Cívica que de una supuesta derecha democrática.

Pero con ser bastante, la juventud no explica la debilidad de que hablamos y las nuevas generaciones siempre han sabido y seguirán sabiendo encontrar estrategias adecuadas a las nuevas circunstancias que deben enfrentar. La debilidad está en otro lado, se explica por factores extra generacionales y de ningún modo es privativa ni tampoco común a todos los jóvenes. Se trata de una debilidad, de una perversión del pensamiento que vacilamos en llamar “ideológica” en razón a la importancia y al respeto debido a cualquier cosa que merezca el nombre de ideología. O, que al menos, se le parezca.
“¿Cuántos de los análisis objetivos realizados a lo largo de casi dos años pudieron contemplar la eventualidad de un acto tan irracional, injustificado y a mediano plazo eventualmente fatal para Cambiemos, como el secuestro y desaparición –y, para colmo, su posterior encubrimiento– de Santiago Maldonado?”
Si hacemos demasiado hincapié en este detalle no es sólo porque unido al pensamiento “objetivo” y al nuevo sentido común en boga, ha dado origen al fatalismo y la resignación con que tantos asisten a la remake oligárquica, sino porque resulta una de las principales causas que explican el resultado electoral de 2015, cuando de haberse hecho en octubre un esfuerzo equivalente al que se realizó en noviembre, habría bastado para un holgado triunfo en primera vuelta de Daniel Scioli.

No es nuestra intención, en absoluto, caer en la ucronía y las hipótesis contrafácticas, más propias del reproche de una suegra o un cónyuge despechado que del análisis político: no hay aquí el menor ánimo de reproche ni especulación contrafáctica: lo que es, es lo que es, básicamente porque lo que fue, fue lo que fue. Por el contrario, el sentido de esta digresión es que esa perversión del pensamiento, que explica en parte la derrota de 2015, es la misma que origina el desánimo y el fatalismo, razón por la cual debe ser analizada y puesta en tela de juicio.

Un discurso psicótico

A partir de los primeros éxitos y avances en la gestión de Néstor Kirchner fue crecientemente teniendo lugar, hasta llegar al paroxismo de los últimos tiempos, el surgimiento de un discurso psicótico, siniestra combinación de certidumbre con eslogan propagandístico: la auténtica creencia de formar parte de una gesta revolucionaria cuando lo que tenía lugar era un arduo, trabajoso, loable pero, al fin de cuentas, módico reformismo.

Ese mensaje irresponsable insufló en las generaciones más jóvenes un ánimo altanero en las buenas, que necesariamente provocará  la desazón y el desconcierto que aflora en las malas. Nadie debió haber prometido un lecho de rosas. No se prepara así a la gente para una revolución sino para una estudiantina, en el mejor de los casos, un recital de los Redondos, pero jamás para una tarea de largo aliento, de perseverancia y persistencia, voluntad e inteligencia.

Pero no se trata aquí de ver si ese reformismo que el discurso alucinó revolucionario estuvo bien o mal, si fue correcto o desacertado, si era o no posible otra cosa. Sería un “análisis” extemporáneo, fuera de lugar y oportunidad y, por esa razón, esencialmente estéril. Pero sí se trata de detenernos a observar la enorme distancia entre la realidad y la percepción, origen de una creencia todavía más demencial: la de la irreversibilidad de las transformaciones.
“La errónea percepción de la realidad, un triunfalismo injustificable, sin pie ni cabeza fue origen de equívocos aun más serios que el de relativizar la importancia de una elección presidencial”
Si pocas cosas son irreversibles, mucho menos pueden serla cuando a lo largo de una década el sentido común colectivo siguió siendo tributario del sistema común del neoliberalismo, el desarrollo económico se sustentó en el extractivismo, el consumo, la depredación y la degradación ambiental y no fue posible cuestionar, en forma práctica y efectiva, el fundamento “natural” de la “nueva sociedad”: la precarización, que no es otra cosa que la exclusión y marginación creciente de las mayorías populares. De igual modo, la estructura de poder real no pudo ser alterada: por el contrario, resultó fortalecida. Prueba de ello sería que con menos de veinte funcionarios debidamente ubicados y una docena de decretos de necesidad y urgencia, se tragaron, de un bocado, lo que nos costó diez años de paciencia y de yugar.

La errónea percepción de la realidad, un triunfalismo injustificable, sin pie ni cabeza fue origen de equívocos aun más serios que el de relativizar la importancia de una elección presidencial, pero lo que aquí importa es observar la incidencia en el desánimo y el fatalismo que produce el contraste entre el pensamiento mágico y la realidad. Y si a esto le sumamos la tentación de la objetividad en tanto ecuanimidad, los resultados no pueden ser otros que la parálisis, la despolitización o el oportunismo.

La razón de ser

Así como se intentó aquí explicar el esencial error, la deficiencia estructural de cualquier análisis de la realidad pretendidamente objetivo, que prescinda de los imponerables y de la influencia de la voluntad, la voluntad humana, el sentido de la voluntad humana, tiene una peculiaridad: no requiere de explicación ni justificación. No hay nada que justificar, pues la voluntad no depende de la razón sino del deseo.

A cada intento oligárquico le corresponderá una voluntad de sentido contrario, democrática, justiciera y nacional. Y así como cada restauración oligárquica necesita y engendra su propio contubernio, también provoca una intransigencia de sentido contrario.

Es preciso comprender que esa opción necesariamente desgarra aquello que hasta el momento de la restauración oligárquica se entendía como “campo nacional”: ocurrió entre apostólicos y lomonegros durante el rosismo, entre yrigoyenistas y antipersonalistas, entre combativos y participacionistas, entre intransigentes y los mucho más corteses neoperonistas, autopercibidos como peronistas con los pantalones largos, remisos a “aceptar las órdenes de un megalómano”.

Hoy, tal vez con mayor necesidad que nunca antes, se hace necesario “volver” a Yrigoyen, una de las personalidades más significativas de nuestra historia, cuya conducta, discurso y aun su muy peculiar estilo, siguen teniendo enorme vigencia y actualidad.
“Así como cada restauración oligárquica necesita y engendra su propio contubernio, también provoca una intransigencia de sentido contrario”
Durante los primeros años del siglo XX, tras haber disuelto el partido radical con tal de que no quedara al servicio del acuerdo oligárquico, solo, abandonado por los viejos dirigentes que han acordado con Roca y tras haber rechazado la gobernación de Buenos Aires, seguido de ignotos fieles, Yrigoyen prepara una nueva revolución. Es entonces que un rebelde del roquismo, su amigo Roque Sáenz Peña, hombre honorable y caballeroso que jamás se ha complicado en ningún asunto turbio, en su nombre y en el de varios amigos (entre los que se encuentra Carlos Pellegrini, enfrentado a Roca), le ofrece su concurso y ponerse a sus órdenes. No pide nada a cambio de ese apoyo formidable. Sin embargo, Yrigoyen, el megalómano, el loco, el personalista insufrible, se rehúsa:

“Advierta –dice Yrigoyen–, que no es posible reparar con los mismos factores que han conducido al país a la revolución necesaria. Ustedes son la razón de ser de nosotros”.

Ustedes son la razón de ser de nosotros. El Régimen es la razón de ser de la Causa. La oligarquía es la razón de ser del movimiento nacional.

Ante cada intento de restauración oligárquica se le opondrá un equivalente intento de construcción del movimiento nacional. Entre ambos, no existe combinación ni acuerdo posible ya que uno es la razón de ser de su opuesto.

Tal como ha ocurrido en otros momentos en instancias similares, esta remake oligárquica con efectos especiales prohijará un contubernio a su imagen y semejanza y dará origen a una intransigencia de sentido contrario. Las opciones, en todos los campos, ya sea en el político como en el gremial, en el social como en el legislativo, son la colaboración o la confrontación.

Por más análisis objetivos, estudios sociológicos, vueltas y explicaciones que se intenten, no hay otras alternativas.

Cada uno sabrá de qué lado desea estar. De eso se trata todo.

Fuente: Revista Zoom