¿Una guerra ganable?

Por Enrique Lacolla
Publicado el 27 de marzo de 2018

De la mutua destrucción asegurada o MAD (por su sigla en inglés), los halcones del Pentágono habrían evolucionado a una teoría que se basaría en la creencia de que, incluso en una guerra de todo por el todo, la victoria sería posible.

Vladimir Putin ganó caminando las elecciones presidenciales en Rusia. Recolectó más del 76 por ciento de votos a su favor, con una concurrencia mayor a la que habitualmente asiste a esos comicios. Es la mejor respuesta a la  campaña  de desprestigio y a las maniobras de desestabilización de las que en este momento es objeto desde Gran Bretaña, donde, a partir de un probable montaje de los servicios de inteligencia que tuvo como blanco a un ex agente ruso intercambiado por otro inglés, la primera ministro Teresa May y el ministro de Relaciones Exteriores Boris Johnson desencadenaron unos ataques contra Putin y su gobierno de una agresividad insólita. Johnson llegó a comparar al líder ruso con Hitler y a definir al próximo mundial de fútbol como una puesta en escena similar a las Olimpíadas de Berlín en 1936, que sirvieran al nazismo para pulir su imagen ante un mundo que tendía a escandalizarse por los abusos y brutalidades cometidos por el régimen.

La obsesión contra Rusia de parte de occidente tiene motivos obvios. Teresa May no es sino la portavoz de una campaña consensuada desde hace años –no bien Rusia, bajo el liderazgo de Putin, empezó a recuperar el protagonismo y la potencia que tuviera en tiempos de la Unión Soviética- y que apunta a socavar y reducir a la impotencia, si no a aniquilar, al factor militar más fuerte que hace contrapeso a la globalización asimétrica que propulsan el neoliberalismo y su punta de lanza, Estados Unidos. Esta presión tuvo una consecuencia desagradable para Washington. La aproximación chino-rusa, estimulada por esa política, acrecentó el contrapeso hasta el punto de poder, en algún momento o incluso ahora, no sólo equilibrar sino superar la supremacía del bloque occidental en el campo de las armas convencionales. De las nucleares no cabe hablar, pues un intercambio de fuego con esos artefactos tendría consecuencias inimaginables. Esto determina la exasperación del  establishment anglo-norteamericano y está encaminándolo hacia una ruta de la cual se le hará difícil volver.

Para complicar las cosas tenemos a Donald Trump. El imprevisible y mercurial mandatario de la primera potencia militar del mundo va y viene con iniciativas que a veces parecen apuntar para un lado y después para otro, aunque quizá aquella que generaba cierta esperanza –la de que aceptara renunciar al principio de hegemonía y se allanara a un mundo multipolar- no haya sido nunca otra cosa que una ilusión autogenerada.[I] De hecho desde el comienzo de su mandato, no sabemos si por oportunismo o por capricho, se ha ido desprendiendo de los consejeros que de alguna manera podrían haber propiciado la primera hipótesis y se está rodeando de exponentes del neoconservadurismo y de los agentes más duros de la derecha norteamericana. Partieron los consejeros de seguridad nacional Michael Flynn, Keith Kellogg y H. R. McMaster. El secretario de Estado Rex Tillerson, también fue despedido, y en su lugar ha llegado Mike Pompeo, el reciente jefe de la CIA, quien calificara a Irán como a un “estado de asesinos” y que ha dejado para reemplazarlo en el puesto de jefe de los espías a Gina Haspel, un cuadro que se distinguió por ser la primera mujer registrada presidiendo sesiones de tortura en una de las cárceles transoceánicas de la agencia. A esto se acaba de sumar la designación de John Bolton como consejero de seguridad nacional. Bolton fue embajador del gobierno de George W. Bush en las Naciones Unidas- y es conocido por su extremismo y por declaraciones que instaban a Israel  “to nuke” Irán y otras que recomendaban bombardear también a Corea del Norte. Cómo se compatibilizan estos nombramientos con el próximo encuentro entre Trump y Kim Jong-un no está claro, aunque quizá quepa pensar que el mandatario norteamericano cree que el método diplomático ideal es el predicado por Theodore Roosevelt: “Habla suave y lleva un gran garrote”… 

Hay muchos factores, que hemos reseñado en varias oportunidades, que hacen particularmente delicado el momento internacional. La guerra en Siria, el contencioso en Ucrania, el tema de la ruta de la seda, el esbozo de una guerra comercial contra China, el terrorismo que mezcla combustiones espontáneas con explosiones  preparadas con arte por los servicios; el conflicto en Yemen, el ambiente de mal humor y disputa que distingue al escenario global, en gran medida como consecuencia de la guerra mediática que se lleva a cabo contra Rusia y China y que no tiene otra explicación que una preparación psicológica para la guerra abierta. Todo configura un panorama extremadamente difícil. Ahora bien, ¿de qué guerra se trata?

Temor sano y esperanza enferma

Hemos ingresado a una segunda guerra fría, aunque esta vez las diferencias ideológicas entre los contendientes hayan casi desaparecido. El mundo vivió la primera dividido entre el temor y la cuasi certidumbre de que el acto final, el apocalipsis nuclear, sería evitado por la persuasión que existía en el sentido de que un choque semejante no tendría vencedores y culminaría en la aniquilación mutua. Por lo menos después de la crisis de los misiles en Cuba esa composición de lugar se hizo predominante, aunque por supuesto un remanente de angustia persistía debido al pavoroso arsenal acumulado y a la imposibilidad de descartar un error, un acto de locura o un accidente. Pero la tendencia más agresiva personificada por individuos como el general Curtis Le May (el abogado de los bombardeos de terror y que proponía devolver a Japón a la edad de piedra durante la segunda guerra mundial) parecía estar neutralizada por el surgimiento de la doctrina de la disuasión mutua basada en el equilibrio del terror y en la persuasión de que un choque nuclear solo podía terminar en una “mutua destrucción asegurada” o “M.A.D.”, “mutual assured destruction”, que en inglés conforma la palabra loco, histérico o rabioso. El núcleo del asunto estaba constituido por la convicción de que cualquier ataque iba a ser replicado en forma automática e instantánea y acarrearía la aniquilación de todos los contendientes.

El surgimiento de la teoría de la “star wars” y sobre todo la posterior aparición de sistemas antimisiles norteamericanos que pretenden bloquear la capacidad de represalia de Rusia  emplazándolos a corta distancia de las fronteras de este país, nos devolvió a la plena incertidumbre. La disuasión se basa en el principio de que no habrá vencedores en una guerra nuclear, pero de un tiempo a esta parte ese principio ha perdido peso frente a otro que sostendría que una guerra nuclear es ganable. El escudo antimisiles no tiene otra función y llena a la perfección el cometido de disfrazar  una proposición ofensiva con una apariencia defensiva.

No hay postura más peligrosa que esta. El primer resultado que ha acarreado esta teoría ha sido el relanzamiento de la carrera armamentística, con todo lo que esto significa en materia de distorsión económica para todos los estados que se ven involucrados en ella. Y también la creación de ingenios destinados a neutralizar a las defensas, como el nuevo misil ruso del que se hablaba hace años y que ahora habría sido tornado operativo y estaría provisto de múltiples cabezas nucleares que se desplazarían a velocidades supersónicas y de acuerdo a trayectorias variables.

La renuncia a la disuasión mutua y la reproposición del tema de la guerra “ganable” entrañan  gravísimos peligros. La lasitud de la opinión, el descompromiso creciente del gran público y su desconfianza o su indiferencia hacia la política, favorecidos por la labor de corporaciones mediáticas que manejan un discurso sesgado y machacón referido a la “amenaza” rusa o china, favorecen esta atonía. A esto se suma una niebla informativa que satura el espacio con tonterías –las relaciones de Trump con modelos o con porn stars, por ejemplo, ampliamente ventilados por la CNN.  Estos testimonios rozan la obscenidad, más por su hipocresía, oportunismo y artificio que por lo que exponen, pero son eficaces para alejar a la opinión pública norteamericana de lo que realmente importa.

El mundo está pasando por un momento muy grave, del que no se tiene conciencia cierta. Esto contribuye a hacer doblemente peligroso el tiempo que corre

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[I] Este carácter imprevisible y las variaciones súbitas de rumbo han vuelto a ser ilustradas por el último arrebato del presidente. Después de felicitar a Putin por su triunfo en las elecciones y anunciar una probable reanudación de las conversaciones sobre la reducción del armamento nuclear, Trump acaba de decidir la expulsión de 60 diplomáticos rusos de Estados Unidos y el cierre de un consulado ruso en Seattle, por estar demasiado próximo a una base de submarinos. Todo para sumarse a las medidas británicas de retaliación por el presunto envenenamiento del ex agente ruso. La medida ha encontrado un eco automático en la Unión Europea, varios de cuyos países han preparado ya sus listas de expulsión y se aprestan a ejecutarlas. Ahora vendrán las represalias rusas, que seguramente cambiarán figurita por figurita, a la espera de eventuales nuevas sanciones económicas…